sábado, 31 de diciembre de 2011

La Tradición


La Tradición
(Cuento Navideño)
     Dic 2011
¡Cómo evolucionan las costumbres y tradiciones! dijo para sí Alberto al ver que, aun sin haber iniciado el mes de diciembre, ya algunas casas de su barrio lucían decorados propios de la navidad. En cuanto a los establecimientos comerciales ni se diga, ya llevaban un mes adornados sus aparadores con múltiples figuras, luces multicolores y paisajes nevados siempre tan añorados en una región donde la nieve cae cada cincuenta años, Se dio una vuelta por los recuerdos de su infancia, tiempos aquellos en que los “arbolitos” y “nacimientos” se ponían hasta la llegada de las “posadas” (a partir del 16 de diciembre) y en ocasiones hasta el mismo 24 de diciembre, para recibir al día siguiente, la navidad.

(Las posadas son las fiestas conmemorativas del peregrinar de la virgen María en busca de alojamiento para dar a luz el 25 de diciembre).

La anticipación en la decoración “navideña” de los establecimientos comerciales molestaba a Alberto porque nada tiene que ver el negocio con la religiosidad de la fiesta más significativa y luminosa del año, (de la que él alcanzaba a participar un poco), especialmente para los católicos, y se usa como pretexto para sacarle a la gente hasta lo que no tiene. En todo el tiempo prenavideño se rinde culto, no a Jesús, sino al dinero y se impone por todos los medios publicitarios como principal protagonista de las festividades decembrinas a una botarga que nació simultáneamente con una bebida nociva hecha a base de cafeína, colorante negro, agua, azúcar y CO2, producida y consumida en el mundo entero.

La obesa y barbuda botarga roja influye ahora en las mentes infantiles como dador de juguetes y golosinas tratando de desplazar la hermosa leyenda basada en los magos de oriente de que habla San Mateo en la Biblia.

Alberto, sabedor del mensaje publicitario de la ridícula figura, caricatura del nefasto capitalismo, se siente año con año contrariado y no digiere la aberración de mezclar el comercio y el consumismo con la conmemoración del nacimiento de Jesucristo. Se abstiene de “anticipar vísperas”, pero gusta y disfruta de las fiestas tradicionales de navidad que además le traen buenos recuerdos de los lejanos años que se fueron quedando detrás de él. Este año no sólo no “anticipó vísperas” sujetándose al calendario sino que ni siquiera asistió a ningún festejo de “posada” ni adornó su humilde vivienda con “nacimiento” o foquitos de luz intermitente. Por fortuna su hermana, una persona ya mayor que prácticamente cuida de nuestro amigo, al verlo tan abstraído durante varios días sin percibir el veloz paso del tiempo decembrino, ha dispuesto por su cuenta una exquisita cena para esta “nochebuena”

Alberto llegó ya entrada la tarde de su trabajo en un taller mecánico. Entró a su casa silbando alegremente y saludó con un beso cariñoso a su hermana a quien agradeció haberse afanado en los preparativos para la cena. Le dijo que aunque lo olvidó momentáneamente, tenía algo importante que hacer en ese preciso momento “además de un buen baño” bromeó con su hermana. Alberto colocó la vieja escalera de madera que él mismo había construido y bajó una caja de cartón de la azotea de donde extrajo un pequeño portal y diminutas figuras de cerámica que representaban a la sagrada familia. Veinte minutos, cuando mucho, le llevó instalar el pequeño portal y las figuritas que le dieron vida y calor al diminuto lecho de paja que, esperaba para esa noche, el nacimiento de Jesús.
Dzunum



miércoles, 24 de febrero de 2010

Lo Peculiar




Lo Peculiar
Cuento de Navidad
        (2009)

¡Qué quiere que le diga Don Evelio! “En este tiempo navideño nos desconcierta el tiempo, mejor dicho la época”

 “Los escépticos moderan las ideas y pensamientos y se permiten algunas reflexiones”

 “¡Las treguas! ¿Cómo surgen en las más cruentas guerras? ¡Como milagros! Año con año han aparecido a través de la historia durante la conmemoración de la natividad de Cristo aun en ámbitos muy ajenos a la propia cristiandad. ¡Usted Don Evelio! ¿Se lo explica?”

 El viejo amigo que escuchaba atentamente, al tiempo que fijaba la vista en las galanas flores de noche buena que lucían del otro lado de la ventana, miró en silencio a Francisco mientras se esforzaba mentalmente, pensando en alguna respuesta. Al fin, dijo: ¡Admiraba las flores!, tan peculiares de estos días y observaba que el sol tan intenso que abrasa sus corolas, lejos de marchitarlas las hace brillar esplendorosas, y agregó: “En cada región de la tierra deben existir alguna o algunas peculiaridades de la naturaleza propias de estos días, como la nieve o el cielo estrellado y también las peculiaridades de nuestra conducta que ya has señalado: Lo que nos desconcierta de este tiempo; la moderación de ideas y pensamientos que se dan en los escépticos; las reflexiones, las treguas y, yo agregaría, señaló Don Evelio, la meditación durante el lapso del advenimiento, cuando parece detenerse el universo para no interrumpir la paz de la sagrada familia en el humilde portal”.

En cuanto a tu pregunta de ¿Si me lo explico? --dijo el viejo a Francisco para finalizar— te diré simplemente que no, no me lo explico y creo que nadie sobre la tierra podrá hacerlo.

 Después de un momento de meditación Francisco se levantó de su silla abriendo los brazos para estrechar efusivamente a su amigo al tiempo que expresó ¡Feliz Navidad!

Dzunum

La Tarjeta





La Tarjeta.
 (Cuento Navideño.)

Eran tiempos cercanos a la navidad y evocaba mi mente los lejanos días de la fantasía en la que nos refugiamos los primeros años de nuestra existencia. Quizá por eso me pareció más intenso el azul del cielo y más intenso el brillo de la estrella de Belén de la tarjeta de navidad que encontré sobre la alfombra. Representaba, con dibujos infantiles, a Cristo recién nacido, en su pesebre y, por supuesto, a María y José expresando bondad y ternura en los rostros.

Me quedé cavilando sobre la realidad del mundo del que formaba parte y, sacudiendo la cabeza con fuerza, logré despejar todas las miserias que en imágenes multiformes abrumaron mis sentidos de golpe. Me concentré en la estampa navideña de la tarjeta y penetré a través de sus hermosos colores. El dibujante dejó totalmente descubierto el frente del portal para que pudiera verse el interior con la sagrada familia y, en el piso, puso heno y musgos de exquisito aroma.

Yo me acerqué sigilosamente por la parte lateral del portal para no ser visto y sobre todo, para no interrumpir esa maravillosa intimidad. Calladamente me senté sobre la paja al pie del tronco que soportaba una de las esquinas pero no me era posible desde allí ver a los sagrados personajes y sólo escuchaba murmullos de mimos y arrullos.

La noche debió ser muy fría porque en esas regiones del medio oriente, he oído decir que son muy crudos los inviernos, pero la tibieza emanada del pequeño pesebre llegaba donde yo estaba y me envolvió dándome una sensación que sólo deben disfrutar los que buscan la santidad.

Después de un rato y aun con el sabor de la fantasía en el espíritu, desplegué la tarjeta para saber quién la remitió, pero no había nada escrito y sólo dejó escapar un exquisito aroma de musgo.

  Dzunum
Navidad 2003

El Gallo del Nacimiento




El Gallo del “nacimiento”
(cuento navideño)

Evangelio según San Mateo.
Entonces Pedro se acordó de las
 palabras que Jesús le había dicho:
«Antes de que cante el gallo
me negarás tres veces».
Y saliendo fuera, lloró amargamente.


Año con año el nacimiento de la señora Dora lucía un gallo de barro cuyo alambre, armazón de las patas que lo sostenía en pie, era visible por los pedazos de barro que había perdido y es que se empeñaba Doña Dora en pararlo encima del heno sobre una silla que servía de base y semejaba una elevación orográfica  y, el gallo, muy colorido por cierto, carecía de estabilidad y constantemente iba a dar al suelo pelándose más sus patas.

  Es común en los “nacimientos” mexicanos que el “niño Dios” tenga un tamaño mucho mayor al de su madre María, San José, los pastores y los borregos y, precisamente, el desproporcionado tamaño del gallo de nuestro relato, aventajaba a todos estos personajes y año con año yo me encargaba de reprochar a la señora el que pusiera al gallo en el paraje del nacimiento.

 Llegó una “noche buena” en la que no vi la alegre y estropeada figura luciendo su cresta y de inmediato pregunté por qué no estaba la esbelta aunque despostillada ave y Doña Dora me dijo que se había deshecho de él porque año con año yo lo criticaba. Al verme con mi expresión nostálgica me dijo: “El gallo está en la basura pero puedo recuperarlo si así lo quieres” Sí, contesté, quiero volver a verlo en su sitio de siempre. Tomé la estropeada figura  que su dueña me entregó y con toda suavidad, como si fuera de cristal cortado, la coloqué en su sitio haciendo un hueco en el heno para pararlo firmemente y que no se bamboleara cuando alguien rozaba la figurada colina.

 El nacimiento cobró vida con el gallo que ya tenía bien ganado su lugar aunque sobrepasara en talla a las vaquillas que por ahí andaban pastando; y esa noche buena, con los hijos de la señora y demás amigos  de la querida calle del querido barrio, le dedicamos buena parte de la tertulia a la ya famosa figura decorativa.

 El tiempo, flagelo de la vida, de repente se llevó todo: barrio, calle, amigos, nacimiento, noches buenas. Sólo el gallo de barro se conservó para cumplir en un ensueño su misión de cantarle a Pedro cuando transcurrieran treinta y tres años a partir de aquella nostálgica noche navideña que vaga entre recuerdos.

 Dzunum

Navidad 2008

sábado, 20 de febrero de 2010

Jesús y los Dioses Mayas




Jesús y los Dioses Mayas.
 (cuento maya navideño)                   

La casa de paja y adobe: firme, simétrica, tejido su techo con guano y construida con las “técnicas” de los abuelos mayas, se multiplica, destellando en la oscuridad el blanco de la cal que las recubre gracias al tenue resplandor que escapa de los fogones en los que hierve el frijol esperando al cerdo en retazo con hueso, para bañarlo y saturarlo con su negro caldo aromado con epazote y cebolla blanca.

 El ruido del hervor alcanza a escucharse afuera, desde el umbral de la choza de Carlos y, ya deleita los sentidos, el olor del cocimiento.

El señor de la casa llegó hace un rato, cuando el disco del sol desapareció del horizonte. Estuvo desde el amanecer desyerbando la milpa que, por cierto, luce hermosa porque Chaac fue pródigo y pronto levantará la segunda cosecha de maíz.

La jornada de hoy la realizó pleno de alegría, pensando en la celebración de la navidad en la intimidad de su hogar con su compañera y sus hijos. Ella, su mujer, resplandece en su lozanía y, el aroma de su cuerpo, podían envidiarlo las mismas flores. Está ocupada en los preparativos de la cena. Los aderezos sobre la mesa: el cilantro, la cebolla picada, el chiltomate, el chile kut y las tortillas que ya han colmado el lec, despiden su aroma bendito.

El nené conversa dulcemente (en su idioma) con las enormes sombras que proyectan los habitantes de la casa por la luz del fuego y agita pies y manos en la hamaca que de vez en cuando, su madre mece.

Prendidos que fueron los quinqués, la pálida luz acabó con la penumbra.

Con actitud ceremoniosa una pareja de avanzada edad hizo acto de presencia. Son vecinos de una choza cercana que fueron invitados. Es gente muy estimada por Carlos y su familia, a pesar de su gran pobreza, pobreza que no les permitiría celebrar el advenimiento de Cristo, más que con ayuno.

Con la extrema finura y educación que caracteriza a nuestra raza, los ancianos fueron recibidos en el acogedor ámbito de la choza de Carlos, sentándose en pequeños bancos de madera muy complacidos y, con voz dulce y clara, comenzaron a relatar los hechos del día.

En la pared, al lado de la puerta que da al patio y al cercano pozo, una cruz sobre una repisa con flores, es el homenaje a Jesús, que nacerá esa noche.

Los niños, felices, saboreando los dulces que su madre les tuvo guardados para esta ocasión, correteaban alrededor de la casa pero ya han entrado y, sentados, escuchan con interés lo que ahí se conversa.

El padre, en actitud de tomar la palabra, atrajo la atención de todos y habló en la forma siguiente: “Al principio de los tiempos, según me relató mi padre, nuestros dioses de la creación, de la existencia y de la muerte, hicieron la luz sobre la tierra que estaba en tinieblas; después, a los animales, y, finalmente, a los abuelos que hicieron a su semejanza, moldeándolos con masa de maíz y armazón de carrizo. Ya habían intentado hacerlos de barro, pero desistieron porque el barro era quebradizo. También los hicieron de madera y, a estos, sí les dieron vida, pero como se comportaban con mucha soberbia, los Dioses los destruyeron".

"Moldeados que fueron nuestros abuelos con la masa de maíz, mientras dormían, los Dioses hicieron a sus compañeras, muy hermosas, de lo que se regocijaron los abuelos al despertar y, con la unión de las cuatro parejas, comenzó a poblarse el mundo. Así está escrito por quienes rescataron los relatos de nuestros antepasados. Muchos de nuestros dioses, siguió diciendo Carlos, que llegaron después de la creación, guiaron los pasos de nuestros abuelos, los que fundaron grandes y hermosas ciudades cuyas ruinas podemos admirar todavía. No sabemos cómo, todo se fue perdiendo en el tiempo y, ahora, nuestros Dioses se han ido para siempre".

"Los hombres que vinieron del otro lado del mar trajeron nuevas historias y nueva religión. Hicieron los templos donde celebran las ceremonias. Nos enseñaron que una noche como la de hoy, nació en tierra lejana el hijo de un Dios; de un Dios que sí pudo hacer a los hombres con barro, sin que se le desmoronara. Ese Dios, como los Dioses que crearon a nuestros abuelos, nunca alguien lo ha visto y también, como ellos, creó la luz, los animales y todo lo que existe sobre la tierra".

"Pero aquel hijo de Dios, de nombre Jesús, ése, sí fue visto por muchos hombres y mujeres de aquel tiempo en que nació y murió, y esos hombres y mujeres, fueron testigos de los milagros y bienes que prodigó por esas tierras. Su fama se extendió tanto, que ahora todos lo tenemos en casa representado por la cruz, que fue donde murió y nos agrada pensar en que nos acompaña, sobre todo esta noche, en que hace todos los años que llevamos contados hasta la fecha, nació de humilde familia y en un lecho más pobre que el de nosotros".

La madre, los niños y la pareja de ancianos, escucharon el breve relato, llenos de satisfacción ante la gran sabiduría de Carlos y su elocuencia para expresarse en la lengua de los abuelos.

La cena se sirvió y el disfrute del manjar y de la íntima convivencia, invadieron de felicidad sin límite, el corazón de esos humildes y santos hermanos. Como todas las noches, antes de irse a disfrutar del sueño, Carlos dejó una jícara con agua de lluvia y algunas frutas en el patio para los Aluxes, que tan bien, cuidaban su milpa. Esta ocasión agregó, una generosa ración de humeante caldo de frijol con puerco, en el que se reflejaron las estrellas.

Dzunum

La Víspera


La Víspera
      (Cuento)

“Estos tiempos navideños en que se confunden los sentimientos de bondad, de regocijo, compasión, euforia y quién sabe cuántos más, nacen los relatos de las inagotables fuentes literarias que suelen brotar de la pobreza, del hambre, de la necesidad y de las enfermedades”.

“Surgen los remordimientos en los émulos del Scrooge de los cuentos de navidad de Charles Dickens y escuchamos en la radio y televisión algunos cuentos similares a los del brillante novelista inglés, que también nos conmueven no obstante la candidez de sus argumentos, y, que sabemos, nos llevan siempre a un final feliz”.

“Víspera de Navidad, 24 de diciembre: Queremos y no, que llegue la Noche Buena. Deseamos disfrutar de los deleites de esos momentos llenos de magia que nos arroban, transforman y transportan a los confines del tiempo y las estrellas, pero no queremos que lleguen tan pronto porque sabemos lo breve que serán y quisiéramos que no terminasen nunca”.

“La pobreza, la pena y la desgracia ajenas apagan nuestro regocijo. Meditamos; pensamos en los demás; queremos manifestar de alguna manera la gratitud de la que no hicimos gala en el momento requerido. Evitamos a los escépticos y procuramos a la gente menuda y a los tradicionalistas. Nos atrevemos a creer en todo aquel que cruza nuestro camino”… Estos eran los pensamientos y reflexiones de un viejo soñador, tan soñador, que disfrutaba en la víspera, tanto o más, que durante el mismo evento o festividad.

La Navidad, pensaba, tal vez con sobrada razón, es el suceso universal espiritual más significativo a cuya espiritualidad, sustraerse es una necedad.

El viejo se transportó a su niñez imaginativamente. Recordó la modesta mesa sobre el encerado y pulido, aunque deteriorado, tapete de hule sintético decorado con hermosas flores estampadas, que además de adornar y dar luz y colorido a la estancia, cumplía también la misión de proteger el piso de madera, enfrentándose con su hermano gemelo que a sólo veinte centímetros de distancia lucía en el espacio correspondiente a la sala.

Había un árbol de navidad ralo, que ya comenzaba a secarse aun cuando se compró sólo un día antes. Era precisamente la víspera de Navidad. El decorado del árbol, ya de una pálida tonalidad por la resequedad, estaba adornado por esferas azules, amarillas y rojas; tiras de papel celofán de diversos colores; farolitos de papel, cabello de ángel, hilo escarchado y por último heno y pequeños pedazos de algodón lanzados sin ton ni son sobre el pino, como pretendidos copos de nieve. ¡Ah! Y una estrella de cartón saturada con diamantina, luciendo en la punta del árbol. ¿Focos en serie? Ya existían, pero eran caros y consumían mucha corriente eléctrica. Los adornos del árbol, reflejaban la luz de las lámparas del comedor y la sala. Esos destellos eran suficientes para el lucimiento del magro arbolito.

Esa víspera, se le quedó muy grabada. Le enseñó que en Noche Buena, en la mesa debía haber nueces, avellanas, castañas y colación. Se acordó también de unos pequeños cocos de aceite que le provocaron vómito y lo enfermaron del estómago. Ya no se acordó si aquella noche comió pavo, pero sí recordó al guajolote con vida porque durante quince días lo había alimentado con maíz y hierba fresca y lo escuchó gritar alegre mientras corría y esponjaba su plumaje en la azotea, amarrada la pata a un mecate. ¡Pobre animal! Lo extrañó después pero al menos ya no tendría que lavar la azotea a diario ni hacerse cargo de él.

En la actualidad, para el viejo, la Navidad parece cada vez más dulce, tierna y espiritual y lo hace verter y desbordar el amor hacia su familia. Como siempre, sigue disfrutando más la víspera y nunca se olvida de las castañas, las avellanas y las nueces, que nadie las come, sólo decoran la mesa.

Las castañas sí tienen demanda, pero al abrirse salen “pasadas”, secas o podridas.

De los coquitos de aceite, el viejo también se acuerda mucho y por eso, no los compra.

Cuando llega la Navidad, el 25 de diciembre, ya la nostalgia de la víspera lo agobia.

Dzunum
Navidad 2004